Baby Lores: del fango a la luz

Baby Lores: del fango a la luz

Nació en Cienfuegos, ciudad de músicos y poetas, pero su infancia estuvo marcada por la pobreza, el alcohol y la violencia. En una casita con una sola habitación, un baño sin puerta y ocho personas, el pequeño Yoandys Lores González, conocido hoy como Baby Lores, soñaba con escapar del caos familiar. “Me crié en las calles, pero la música me salvó”, confiesa.

Infancia entre machetes y décimas

En casa de su abuelo —poeta e improvisador— los domingos eran de repentismo. El parque Villuendas se convertía en escenario de guateques campesinos que terminaban en su sala, entre guitarras, alcohol y versos improvisados. Allí, mientras el adulto perdía el control, el niño aprendía a amar la poesía y la melodía.

“Mi abuelo solo estudió hasta segundo grado, pero era un sabio. Me recitaba un poema donde mencionaba todos los huesos del cuerpo. Esa era la cultura oral de antes”, recuerda con orgullo.

De rechazado a prodigio

A los nueve años, un rechazo escolar casi le roba su destino. Una maestra le negó la oportunidad de audicionar para la escuela de música: “Todos menos él”, dijo, marcándolo por su conducta rebelde. Pero su padre, un militar de la Marina, intervino vestido de uniforme y exigió una oportunidad. Quedaba solo una plaza: trombón. “No sabía qué era un trombón, pero dije: ‘quiero esa’”.

Así comenzó el largo camino musical de un niño que soñaba con una guitarra. Aprendió de oído, asistiendo todos los días a los ensayos del grupo Ismaelillo, hasta que un día el guitarrista faltó y él estaba listo. “Me sabía todas las canciones. Llevaba un año esperando ese momento”.

El salto al estrellato

De productor a ídolo urbano. Antes de cantar, Baby Lores ya había producido temas de Gente de Zona como La campaña y Soñé. Su nombre empezó a sonar en los estudios habaneros. Luego, junto al Insurrecto, lanzó Caperucita, una canción que se convirtió en fenómeno nacional pese a estar censurada. “Soñé toda la vida con ser famoso y de pronto me escuchaba por todas partes. Pero nadie sabía quiénes éramos”.

El éxito lo llevó a formar parte del legendario Clan 537, grupo que marcó una época al transformar la escena musical cubana. “Rompimos esquemas. Pasamos de tocar en letrinas a llenar discotecas. Fue una locura”.

Renacer entre notas

Tras la fama llegó la madurez. Durante la pandemia, con su esposa embarazada y sin trabajo, Baby Lores redescubrió su propósito. Comenzó a dar clases de guitarra online y poco a poco su iniciativa se transformó en un proyecto de vida: La Academia, una escuela de música inclusiva en Hialeah.

Allí, niños con distintas capacidades físicas y emocionales aprenden arte, ritmo y esperanza. “Un alumno me dijo: ‘quiero ser famoso como tú’. No podía mover las manos, pero tenía alma de músico. Descubrimos que con las vaquetas hacía terapia física. Ese día entendí mi misión”.

La Academia ha crecido gracias al esfuerzo personal del artista y su equipo. Vendió su casa para financiar el sueño y hoy el espacio cuenta con un auditorio, programas para niños con necesidades especiales y apoyo de figuras como Alejandro Pérez, que filma un documental sobre el proyecto.

De la fama a la felicidad

A sus 42 años, Baby Lores ha vivido todos los extremos: la calle, la fama, la caída y la reconstrucción. Pero cuando se le pregunta qué es la felicidad, su respuesta es simple:

“Felicidad es abrir los ojos, ver a mis hijos, a mi esposa y respirar. Eso es todo.”

Epílogo

De la pobreza en Cienfuegos a los escenarios internacionales, de la turbulencia al servicio, Baby Lores representa al cubano que se levanta, se reinventa y convierte sus heridas en música.
Su historia no es solo de éxito: es de resiliencia, de fe en el arte y en la posibilidad de cambiar el destino con una guitarra en las manos.

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