Hoteles y casinos: el lujo desbordado de la Habana en los años 50

Hoteles y casinos: el lujo desbordado de la Habana en los años 50

En los años 50, La Habana vivió un auge sin precedentes en la industria del lujo y el turismo internacional. La ciudad se convirtió en un destino preferido por millonarios, estrellas de cine, políticos y empresarios del hemisferio occidental. Los hoteles cinco estrellas, los casinos resplandecientes y los restaurantes de alta gama se multiplicaron a lo largo del litoral y en el corazón del Vedado. En ese contexto, el glamour y la extravagancia convivían con el caos urbano, mientras la isla se consolidaba como “el paraíso del Caribe”.

El Hotel Nacional de Cuba, inaugurado en 1930, fue el estandarte del lujo. Sus habitaciones fueron ocupadas por figuras como Frank Sinatra, Ava Gardner, Winston Churchill y Marlon Brando. Más allá de su arquitectura art decó y su privilegiada vista al mar, el Nacional también fue el epicentro de reuniones políticas, encuentros de negocios oscuros y fiestas memorables. Su bunker subterráneo, construido en plena Guerra Fría, añadía misterio a su historia.

Pero el verdadero emblema del derroche y la conexión con el crimen organizado fue el Hotel Riviera, financiado en parte por el mafioso Meyer Lansky. Inaugurado en 1957, este coloso del Malecón combinaba casino, restaurante giratorio, cabaret y habitaciones con vista al mar. El Riviera replicaba el modelo de Las Vegas, ofreciendo juego, espectáculo y lujo sin límites. Su casino llegó a operar 24 horas al día, atrayendo fortunas enteras de turistas norteamericanos.

La relación entre la mafia estadounidense y el negocio del entretenimiento en Cuba fue tan evidente como aceptada en ese momento. Lansky y otros como Santo Trafficante Jr. usaron La Habana como una plataforma para lavar dinero, controlar apuestas y establecer una red internacional de juego y prostitución de alto nivel. La policía y el gobierno de Fulgencio Batista, en muchos casos, eran cómplices o simples observadores silenciosos de este fenómeno.

Más allá de los hoteles, había clubes privados, mansiones alquiladas para fiestas, y otros casinos más pequeños como el del Hotel Capri o el del Comodoro. Todos seguían un mismo patrón: candelabros, alfombras rojas, cócteles elaborados y orquestas en vivo. La Habana era, en palabras de muchos extranjeros de la época, “una ciudad para el placer sin reglas”. Y aunque esta imagen seducía al visitante, contrastaba con la pobreza de muchos barrios vecinos.

Los hoteles de lujo no solo ofrecían hospedaje: eran espacios de espectáculo y poder. Artistas como Eartha Kitt, Nat King Cole y Sara Montiel se presentaban en sus salones. Las portadas de revistas internacionales mostraban a Cuba como un paraíso tropical con estándares de Manhattan. Sin embargo, esta imagen brillante escondía una gran desigualdad social, que fue una de las causas profundas del malestar popular que estallaría a finales de la década.

Hoy en día, muchos de esos hoteles siguen en pie, algunos restaurados, otros conservando su aura decadente. Son testigos arquitectónicos de una Habana que vivió rápido y brillante, como una estrella fugaz. Su historia sigue generando fascinación: no solo por el lujo que ofrecieron, sino por lo que simbolizaron. Porque en esos lobbies y casinos se jugaban más que fichas: se jugaban las contradicciones de todo un país.

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