Camarioca, el éxodo olvidado del exilio cubano

Cuando se habla del exilio cubano, casi todos recuerdan el Mariel de 1980 o los balseros de 1994. Sin embargo, pocos conocen que el primer gran escape masivo por mar ocurrió quince años antes, en 1965, y tuvo nombre propio: Camarioca. Fue un episodio breve, caótico, improvisado… pero fundamental. Camarioca marcó el comienzo de una dinámica de fuga que no se detendría jamás: los cubanos lanzándose al mar, buscando libertad.

Todo comenzó cuando Fidel Castro, presionado por el creciente descontento interno y por la acumulación de solicitudes para salir del país, anunció que permitiría a los cubanos que lo desearan abandonar la isla. Pero no lo haría por el aeropuerto, sino a través de un pequeño puerto pesquero en Matanzas llamado Camarioca. El gesto no fue una apertura humanitaria, sino una válvula de escape política. Miles de exiliados en Estados Unidos se apresuraron a buscar embarcaciones y cruzar el estrecho de la Florida para rescatar a sus familiares.

La escena fue caótica. Barcos improvisados, botes abarrotados, salidas clandestinas y familias divididas por la urgencia de huir. La administración Johnson, sorprendida por la maniobra castrista, negoció un acuerdo que daría pie al llamado “puente aéreo” entre Varadero y Miami. A través de ese mecanismo, más de 260 mil cubanos saldrían del país en los años siguientes. Pero Camarioca fue la chispa, el experimento inicial, la prueba de que el régimen estaba dispuesto a abrir brechas controladas… y de que miles estaban dispuestos a irse, aún con riesgo.

Lo más impactante de Camarioca no fue solo la cantidad de personas que salieron, sino lo que representaba: la ruptura pública con el mito revolucionario. Solo seis años después del triunfo de 1959, miles de cubanos preferían el peligro del mar a la promesa socialista. Era el primer golpe masivo a la narrativa oficial. El exilio dejaba de ser cosa de “burgueses” y pasaba a ser un fenómeno popular, plural, desesperado.

En la memoria colectiva, sin embargo, Camarioca quedó como una nota al pie. No hubo documentales, ni homenajes, ni películas. Tal vez por eso mismo, merece ser contado con más fuerza. Fue el primer eco de una larga historia: la del mar como frontera, la de la patria que se despide entre olas, la de un pueblo que aprendió que irse, muchas veces, es más digno que quedarse en silencio.

Camarioca también puso sobre la mesa una dinámica que se repetiría en las décadas siguientes: salidas en masa autorizadas estratégicamente por el gobierno cubano para aliviar presiones internas. Mariel en 1980, los balseros en 1994 y los recientes éxodos por Nicaragua en 2021-2024 siguen esa lógica. Siempre se abre una compuerta, siempre hay miles esperando cruzarla.

Hoy, medio siglo después, los descendientes de quienes salieron por Camarioca siguen viviendo entre dos mundos. Llevan en su historia familiar la huella de aquella fuga precaria, sin cámaras ni reconocimiento. Quizás sea hora de devolverle a ese capítulo el lugar que merece en la historia del exilio cubano. Porque todo empezó ahí, en un puerto pesquero sin nombre famoso, pero con muchas despedidas reales.


¿Te gustaría que continúe con el siguiente? Te propongo “Lo que dejaron atrás” o “El Mariel: más que un escape, una fractura social”. Tú decides o lo elijo yo.

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